domingo, 27 de septiembre de 2009

LA MATERNIDAD DE ELNA




Hace unos meses, nuestros amigos Yannick y Julia, nos invitaron junto a toda la "colla" a pasar un fin de semana en su casa de Belbianes (Francia), de camino, al pasar por la zona de Rivesaltes, vi como se alzaba ante nosotros un antiguo campo de concentración, no tuve ninguna duda, ese conjunto de barracones grises era un campo de concentración,Yannick a la llegada a nuestro destino me lo confirmó, era el de Rivesaltes y como sabe que soy algo inquieto me advirtió, tal y como indicaban diversos carteles, que era una zona militar y estaba vigilada.


El campo sigue en pie, desde el exterior de la alambrada parece que está bien conservado, es un lugar triste, oscuro, donde parece que el tiempo se haya detenido pero pide a gritos una visita.
Ese fin de semana hablamos de campos de concentración, guerra y exilio, pero entre tanta barbarie Yannick y Julia me hablaron de la Maternidad de Elna, una historia maravillosa, una luz de esperanza entre tanta oscuridad.


Sé que tengo una entrada pendiente sobre los campos de concentración del sur de Francia pero hoy la historia es LA MATERNIDAD DE ELNA.


Ante la caída de la Barcelona republicana en manos del ejército fascista, casi medio millón de personas llegaron a la frontera francesa entre el 28 de enero y el 12 de febrero de 1939. Interminables hileras de hombres, mujeres, niños y ancianos se dirigieron hacia los pasos de Cervera, el Pertús, el Coll d’Ares y la Gingueta d’Ix bajo un frío intensísimo y los despiadados bombardeos de la aviación franquista, en lo que fue la mayor diáspora en la historia de España.


Recuerdo las historias que me explicaba la Francisqueta, la Queta que vivía en el Pont del Príncep, al pie de lo que hoy es la N-II a pocos quilómetros antes de llegar a Figueres en dirección a Francia.Ella, una niña entonces se acordaba de toda aquella gente que pasaba ante su casa, y como se iban despojando amargamente de sus pertenencias para aliviar en lo posible la fatiga del doloroso camino al exilio.

El éxodo desbordó a las autoridades francesas y miles de personas fueron enviadas a los llamados centres d’accueil, auténticos campos de concentración enclavados en distintas playas del sur del país y custodiados por las tropas coloniales, eran senegaleses y marroquíes además de algunos gendarmes.


Lugares como Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien o Rivesaltes marcaron a fuego el trato galo al exilio republicano. Francia no respetó los derechos reconocidos por la comunidad internacional a unos soldados y unos civiles leales a un gobierno legítimo y democrático. “El mantenimiento del orden público y la seguridad nacional eran prioritarios, en detrimento de las condiciones de acogida de los refugiados, y estos centres d’accueil se convirtieron en un calvario de alambres, conjuntivitis, epidemias, como la disentería, hambre, frío, piojos, pulgas… y menosprecio. No había ni barracones, ni agua, ni letrinas, ni cocina. Sólo alambres, arena y mar”, escribe la historiadora Assumpta Montellà, en su libro LA MATERNIDAD DE ELNA.


En los campos de concentración, donde se hacinaban decenas de miles de personas, el índice de mortalidad infantil era del 95% y las condiciones de vida de los exiliados, incluidos los niños y las mujeres embarazadas, absolutamente inhumanas.


Fue entonces cuando la maestra y enfermera suiza Elisabeth Eidenbenz, quien había trabajado en Burjasot (Valencia) entre 1937 y 1939 como miembro de la Ayuda Suiza a los Niños de la Guerra Civil Española y conocía la situación de los refugiados republicanos en el sur de Francia, decidió crear una maternidad.
Tras instalarse primero en una casa de la localidad de Bruilla, muy pronto pudieron utilizar un palacete rural de principios de siglo enclavado en Elna, una casa bellísima, llena de luz y muy próxima a los campos de Argelès y Saint-Cyprien. Las enfermeras recogían a las mujeres embarazadas en los campos de concentración y permanecían allí durante unas ocho semanas, bien atendidas y con apoyo psicológico y moral. “Mientras tanto –escribe Montellà-, aprendían a cuidar a los bebés, a bañarlos y alimentarlos, todo bajo la tutela de la directora, Elisabeth Eidenbenz, que con su coraje transformó un pequeño palacio rural abandonado en una maternidad que funcionó a pleno rendimiento en un contexto bélico…”. Hasta que la Gestapo nazi la cerró en 1944, en la maternidad de Elna nacieron 597 niños, la inmensa mayoría hijos del exilio republicano español, pero también algunos de familias judías que intentaban huir del holocausto.


Como señala uno de los niños nacidos allí, Sergi Barba: “En la Maternidad de Elna mi madre me dio la vida y Elisabeht Eidenbenz, la confianza en el género humano”.


Elisabeht Eidenbenz protagonizará una próxima entrada en este blog.


Gracias.

6 comentarios:

  1. Paradojas de la historia, metieron en campos de concentración a los que ,mas tarde, les tendrían que liberar.

    http://www.derechos.org/nizkor/espana/doc/paris.html

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  2. Cierto, hablaremos de ello en una próxima entrada.
    Gracias por participar.

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  3. Muy buena esta parte del blog, desconocía el trato inhumano de las autoridades francesas a los exiliados, por otra parte, impresionante lo de Elna.

    Un saludo y interesantísimo blog.

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  4. La maternidad de Elna llega hoy a mi pequeño pueblo del Emporda. Prueba de que la solidaridad y las enseñanzas de Elisabeth no tienen fronteras..
    Me ha impresionado como con la voluntad de una sola mujer centenares de niños pudieron salvarse,Gracias en nombre de ellos.
    Maria José

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  5. Gracias Maria Jose por participar en el blog, la verdad estoy intrigado con tu comentario, qué pasa en tu pequeño pueblo del Empordà, es una exposición, un coloquio,...
    Si quieres podemos anunciarlo aquí.

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  6. Després d’haver llegit “La Maternitat d’Elna”
    Després d’haver llegit el llibre “La maternitat d’Elna” de l’Assumpta Montellà, no puc entendre com el poble català va haver de patir les terribles injustícies de part dels nostres veïns francesos, els pares de la Revolució i de la “liberté, egalité e fraternité”. Vull pensar que les decisions van ser del govern francès i que, tal i com sembla que el mateix llibre relata, molta població francesa va ajudar els refugiats en la fugida i, segurament, molts devien ignorar la situació als Camps d’Argelers, Ribesaltes i Sant Cebrià de Rosselló. Però, igualment, no deixa de ser absolutament inexplicable –ni tant sols per la falta de previsió- tractar d’una forma tan vexatòria a les persones que fugien de les tropes militars franquistes cap a un país defensor dels drets i les llibertats. Com podien tenir a les persones sense sostre estiu i hivern a la sorra de la platja, ballats perquè no escapessin, sense aigua potable, sense latrines, amb nadons i gent gran? Com van poder deixar morir de fred els nadons i marcar les mares i les seves famílies durant generacions? Què vàrem fer els catalans sinó fugir del totalitarisme després d’haver lluitat per les llibertats?
    Després d’haver llegit aquest llibre només puc admirar novament la força del nostre poble, que es va aixecar i va seguir endavant. Quin fort temperament, quina capacitat d’adaptació i quina noblesa per oblidar el tracte rebut; i perdonar? Potser no es pot perdonar quan encara plores pel nadó enterrat a la sorra d’Argelers.
    Després d’haver llegit aquest llibre també puc seguir creient en la humanitat i en les persones que, individualment o organitzades, dediquen la seva vida als demés, es desplacen als llocs en conflicte, s’empassen les llàgrimes i donen tot als que estan patint, fan de pares, de mares i de germans.. Gràcies Elisabeth Eidenbenz, gràcies al Cartell suís d’ajuda als Nens Víctimes de la Guerra, a la Creu Roja i a tantes i tantes persones que dia a dia fan d’aquest món, un món amb esperances..

    Laura Domènech

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